Xi Jinping, presidente de China (REUTERS/Denis Balibouse)

Un informe elaborado por la Universidad Internacional de Florida advierte que la región ha mantenido su papel de proveedor de recursos naturales, “a un alto coste para su ecología y comunidades locales”

La influencia del régimen chino en América Latina creció significativamente en los últimos años. Tanto, que esa relación ya trascendió la cooperación económica. Sin embargo, a día de hoy no se puede hablar de una alianza sumamente beneficiosa. La creciente dependencia que tienen los países de la región de Beijing viene provocando serios efectos, que representan una gran preocupación a futuro. Entre ellos, se destaca la deforestación, así como los impactos medioambientales y sociales.

Mónica Núñez Salas, profesora asistente de Derecho Ambiental en la Universidad del Pacífico en Lima, Perú, realizó un informe para la Universidad Internacional de Florida, bajo el título “Las inversiones de China y el uso de la tierra en América Latina”, en el que analiza la gran expansión china y, al mismo, la deficiente gestión de los países de la región.

Si bien Beijing se convirtió en los últimos años en el principal socio comercial de los países latinoamericanos, “el aumento de la demanda de materias primas está afectando a los recursos naturales y a las poblaciones locales, en un momento en el que el cambio climático hace más urgentes las prácticas de sostenibilidad”.

Ante este contexto, el informe señala que la región necesita revisar sus prácticas y “priorizar la gestión eficiente de la tierra, el agua, los minerales y los residuos”. Es que para muchas industrias, las inversiones y el comercio chino aumentaron cuando los países de América Latina estaban al máximo de sus capacidades para abastecer a sus mercados internos y a otras naciones occidentales. Esto hace que el principal reto de la región sea adaptarse a este aumento de la demanda china, “garantizando al mismo tiempo la sostenibilidad social y medioambiental de sus territorios”.

Un síntoma de preocupación, de acuerdo a lo señalado en el informe, es que, si bien los países latinoamericanos continúan explorando nuevos mercados chinos para sus productos, “el problema es que las prácticas de producción insostenibles de la región no han cambiado”. Es decir, persisten los mismos estándares que precedieron al auge de la demanda china de productos latinoamericanos.

El estudio se centra principalmente en tres de las materias primas más comercializadas con China, como son la soja, el cobre y la carne vacuna. Asimismo, advierte sobre el impacto que la creciente demanda de litio y carne de cerdo puede generar en América Latina “ante el imperativo de ampliar la acción climática y detener la degradación ambiental”.

El objetivo de China es sacar provecho de mercados emergentes y respaldarlos financieramente. Así, muchos países han podido acceder a recursos financieros, cubrir sus carencias en infraestructuras de transporte y energía, y asegurarse una demanda constante de sus productos. Esta maquinaria se vio aún más exacerbada durante la pandemia de covid-19, luego de que el régimen de Xi Jinping impulsara lo que se conoció como la “diplomacia de las mascarillas”, a través de la cual múltiples actores chinos pusieron a disposición suministros para hacer frente al brote originado en China. El resultado: millones de artículos llegaron al continente en mal estado.

Además, 19 países de la región se han sumado en los últimos años a la “Iniciativa de la Franja y la Ruta”, considerada la Nueva Ruta de la Seda chinaPero las condiciones de los préstamos son altamente cuestionadas, y constituyen lo que se conoce como la “trampa de la deuda”.

Durante la pandemia, China envió millones de artículos en mal estado a la región (Reuters)

Este trasfondo viene planteando desde hace tiempo la incógnita de si realmente la creciente dependencia que tiene América Latina de China es beneficiosa para la región.

“Lograr un beneficio mutuo equitativo en la relación comercial y de inversión entre China y América Latina sigue siendo un reto. A lo largo de su historia conjunta, América Latina ha mantenido su papel de proveedor de recursos naturales, a un alto coste para su ecología y comunidades locales”, indica el informe.

Agrega, asimismo, que la asociación estratégica ha beneficiado a las partes “de forma desigual”. En ese sentido, remarca que nueve de los diez países latinoamericanos que han establecido alianzas estratégicas con el gigante asiático “son abundantes en materias primas esenciales para sostener el crecimiento chino”.

Esto hace que los países de la región “dependen en gran medida de un único socio”, y la escala a la que se exige la producción, sumada a la anterior demanda interna e internacional, “se está volviendo insostenible y está aumentando la vulnerabilidad a múltiples niveles”.

Países como Brasil y Argentina han pasado a depender de la demanda china de carne vacuna y soja. Pese a las iniciativas para adoptar normas de producción sostenible, estas industrias siguen vinculadas a la deforestación y a los incendios forestales para despejar las tierras agrícolas.

El informe remarca que, por ejemplo, en la extracción de litio en Chile y la producción de soja en Argentina, no se han detectado daños medioambientales excesivos en comparación con las operaciones realizadas por empresas occidentales. No obstante, la demanda china de soja es significativamente mayor que la de otros países.

En tanto, los últimos resultados muestran que la demanda china de carne vacuna sí representa un mayor riesgo de deforestación. Esto, aclara el reporte, también mejoraría si el país adoptara mejores normas de abastecimiento, como los requisitos sanitarios y los procesos de aprobación de los mataderos.

“Un caso único de extracción de cobre en Perú muestra cómo las autoridades mundiales pueden regular un cambio de gestión que afectaría a los planes de desarrollo de las comunidades locales y a los derechos medioambientales, a pesar de cumplir con los marcos legales nacionales. Estas cuestiones podrían ser previstas por los países latinoamericanos, para así centrar la transparencia y la participación pública y prevenir los riesgos de conflictos socioambientales a largo plazo”, subraya el estudio.

Durante el gobierno de Jair Bolsonaro la deforestación en las reservas de la Amazonía subió 79% (EFE/Joédson Alves)

Como consecuencia de estos acuerdos, muchos países de la región se están quedando sin tierras no deforestadas para la agricultura. Otros, en tanto, están provocando conflictos socioambientales en torno a las industrias extractivas y el cambio de uso de la tierra. “La mayoría de los países latinoamericanos tienen regulaciones inadecuadas o han mostrado falta de voluntad para hacer cumplir sus disposiciones ambientales existentes; por lo tanto, no logran adaptarse al contexto de creciente demanda y urgencia de implementar estrategias sostenibles”.

El informe alerta que la pérdida de hábitat para la vida silvestre provoca interacciones con animales domésticos y las personas, lo que representa un riesgo para la salud pública. A su vez, la pérdida de sombra, la capacidad de refracción y otros servicios de termorregulación aumentan el flujo de calor y la sequedad, afectando la estabilidad de los ecosistemas. Esto lo están sintiendo países como Argentina y Uruguay, ambos registrando rendimientos de cosecha más bajos debido a las sequías. Al mismo tiempo, los especialistas sostienen que el aumento de la deforestación y las emisiones de carbono podrían llevar a la Amazonía a un punto de inflexión: un clima más seco haría que la selva tropical no pudiese sostenerse por sí misma, iniciando un proceso de transformación en un ecosistema de sabana. De hecho, la Amazonía, considerada el pulmón del mundo, ya está liberando más carbono del que absorbe, lo que hace urgente frenar las emisiones.

“China podría reducir su riesgo de deforestación en la cadena de suministro de carne de res aplicando mejores estándares de abastecimiento, como los relacionados con el bienestar animal y el seguimiento de la deforestación indirecta”, sugiere el reporte.

Plantea también que los países de la región deben prestar especial atención a las inversiones en mercados altamente concentrados, como por ejemplo el caso del litio en Chile.

A futuro, se espera que el litio se sume a la demanda de minerales de América Latina para las nuevas tecnologías energéticas. En la última década ya se duplicó su demanda, ante la creciente necesidad de dispositivos de almacenamiento de energía (baterías de iones de litio para paneles solares, aparatos personales, teléfonos móviles y vehículos eléctricos).

En mayo de 2018, la empresa china Tianqi Lithium, adquirió el 24 por ciento de participación en la chilena SQM (Sociedad Química y Minera de Chile), un productor líder de litio a nivel mundial y una de las dos empresas extractivas que operan en el desierto de Atacama. Tianqi Lithium también compró las acciones a Nutrien Ltd., una compañía canadiense de fertilizantes, tras la aprobación de la autoridad chilena de la competencia.

Hasta la fecha, SQM y Albemarle son los únicos que extraen litio en Chile. Tianqi Lithium es ahora socio de empresas de los dos grupos económicos: Albemarle, en Australia, y SQM, en Chile.

Una piscina de salmuera de la mina de litio de Albemarle en Atacama, Chile (REUTERS/Ivan Alvarado)

El litio chileno es atractivo para el mercado internacional por el bajo coste de extracción. Los yacimientos minerales se encuentran en complejos sistemas acuíferos bajo el desierto de Atacama. Esto también conlleva un conflicto social, ya que las comunidades indígenas denuncian desde hace tiempo los impactos de la extracción a sus medios de vida. Además, los agricultores locales de San Pedro de Atacama están percibiendo una escasez de agua y una disminución de las actividades agrícolas que repercute también en su seguridad alimentaria y fractura el tejido social de sus comunidades.

Las empresas chinas también dominan las inversiones mundiales en el sector agrícola, y los actores chinos, además, no sólo están interesados en comprar tierras en la región, sino también en invertir en toda la cadena de producción.

Este nivel de dependencia llevó a los países latinoamericanos a volverse sensibles a los cambios en la economía china. Cuando el crecimiento de China se desaceleró entre 2 y 3 puntos porcentuales entre 2013 y 2014, y se mantuvo estable entre el 6 y el 7 por ciento desde entonces, Argentina y Brasil, por ejemplo, “sintieron toda la fuerza de un choque negativo del PIB de China”.

En 2016, China representaba el 13,1% del comercio de Argentina, y Argentina el 0,3% del de China. Asimismo, China representaba el 18,1% del comercio de Brasil, y Brasil el 1,8%del de China.

Por su parte, el informe reconoce que la relación entre China y América Latina también ha ayudado a algunos países de la región a hacer la transición a tecnologías de energía renovable. Chile, por ejemplo, logró alcanzar su objetivo del 20% de energía renovable no convencional en un tiempo récord.

Pero, pese a algunos pocos beneficios, los países de la región que se comprometen a expandir su producción de productos básicos lo siguen haciendo “a costa de la salud humana y ambiental”.

“De que la región pueda seguir el ritmo de estas exigencias de forma sostenible dependerá que su asociación con China contribuya a alcanzar ‘el sueño industrial y energético sudamericano’”, concluye el informe.

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